Cuándo usar mascarillas y cuándo no (de forma segura)

Por revistamercado | junio 24, 2020

La ciencia tiene mucho que decir sobre la efectividad del uso de las mascarillas para detener la propagación del coronavirus, pero la comunicación de esa ciencia ha sido corrompida por una combinación de divisiones partidistas, noticias de medios sensacionalistas, desconfianza, dicotomías falsas y dejar que lo perfecto sea enemigo de lo bueno.

Los estudios sobre mascarillas no son perfectamente definitivos, pero eso es típico de muchos problemas que involucran riesgos para la salud, desde la contaminación por mercurio hasta las pruebas para la detección del cáncer. Todavía es mejor tomar decisiones basadas en un conjunto incompleto de evidencias que ignorarlas totalmente. En este caso, ayuda a agregar una dosis de conciencia situacional y sentido común.

La comunidad de salud pública comenzó con el pie equivocado con las mascarillas al aconsejar no usarlas para luego dar un vuelco repentino y decirnos que no saliéramos de casa sin ellas. La situación se ve aún más complicada por una mezcla de actitudes individuales de las personas. Algunos aún le temen al virus y quieren permanecer a salvo, mientras que otros están en paz con su riesgo, pero quieren alguna orientación sobre cómo ser buen ciudadano, o al menos ser percibido como uno.

Ha habido estudios razonablemente convincentes que muestran que las mascarillas detienen algunas de las partículas que podrían propagar el virus desde la boca de las personas. Eso sugiere el potencial de las mascarillas para proteger a los demás. Luego están los estudios observacionales, que analizan el uso de las mascarillas en el mundo real.

El 1 de junio, The Lancet publicó un análisis de 172 de estos estudios, muchos de ellos realizados en entornos de atención médica. Los autores concluyeron que, usar mascarillas junto con métodos de protección para los ojos y distanciamiento social podría reducir la propagación del virus, aunque admitieron un alto grado de incertidumbre.

Otro estudio se puso del lado del uso obligatorio de las mascarillas al observar las tendencias de la enfermedad en Wuhan y Nueva York. Pero otros investigadores notaron fallas en ese estudio, dado a conocer en una publicación de la Academia Nacional de Ciencias. El retraso de una a dos semanas entre el contagio y los resultados de las pruebas sugeriría que los contagios en Nueva York disminuyeron mucho antes de que las mascarillas fueran obligatorias. Algunos expertos querían que los autores se retractaran del estudio.

Cuando ocurren múltiples cambios al mismo tiempo en el comportamiento, puede ser imposible conectar cualquiera de esos cambios a números de casos crecientes o decrecientes.

Eso no significa que la información en esos estudios no pueda ser útil. El médico y especialista en enfermedades infecciosas Muge Cevik, quien ha sido una guía profética sobre riesgos relativos, me dijo que el uso de mascarillas debería ser comunicado por otros estudios sobre cómo se propaga el virus. Finalmente se está comenzando a formar un consenso de que hay un riesgo mínimo al estar al aire libre lejos de otras personas, y que los encuentros muy breves representan muy poco riesgo, como cuando las personas caminan, corren o andan en bicicleta.

El sentido común sugeriría que si una actividad representa un riesgo mínimo, usar una mascarilla solo ofrece un beneficio mínimo y, por lo tanto, debería ser opcional.

Luego está el término medio. Es probable que el uso de mascarillas sea lo mejor en entornos donde las personas tienen pocas opciones más que interactuar en espacios cerrados, como la compra de comestibles, viajes en transporte público, visitas a la peluquería o consultas al médico.

También en esta categoría media están las reuniones al aire libre en grandes grupos, como en una protesta. Si la mayoría de los manifestantes usa mascarillas en todo momento, probablemente se reducirán los contagios.

Cevik, quien trabaja en la Universidad de St. Andrews, en el Reino Unido, señaló que la regla de los 2 metros (poco más de 6 pies) se aplica mejor al aire libre, mientras que en entornos interiores mal ventilados, las partículas en suspensión podrían acumularse y poner a las personas en riesgo incluso si nunca se acercan tanto a otros. Y la duración de la exposición es muy importante, por lo que los conductores de autobuses, peluqueros y vendedores de tiendas enfrentan un riesgo mucho mayor que sus clientes. Es muy probable que su riesgo disminuya si los clientes usan mascarillas.

Luego hay una categoría de actividades más problemática, como comer en restaurantes, donde las mascarillas no se pueden usar de manera constante. ¿Qué harían los comensales si tuvieran que ponerse y quitarse las mascarillas con cada bocado? Algunos expertos dicen que tal “manipulación” de la mascarilla solo propagaría cualquier virus que ella haya capturado. Para tratar de solucionarlo, muchos restaurantes sientan a las personas al aire libre y les permiten quitarse las mascarillas mientras comen. Los gimnasios y estudios de yoga plantean un desafío similar.

Los riesgos asociados con el contacto cercano y las multitudes parecen obvios e intuitivos. Y, sin embargo, los estadounidenses se han obsesionado con la improbable posibilidad de que dosis infecciosas del virus salgan volando de ciclistas o entren en paquetes. En respuesta, algunos han adoptado prácticas irracionales de uso de mascarillas, como llevar una mientras conduce o anda en bicicleta, pero se la bajan al congregarse y conversar en grupos de personas.

Y no es de extrañar que la política infunda el tema, dado el tono moral del debate de la mascarilla y los diferentes mensajes en los medios convencionales y conservadores. En Estados Unidos, una fracción de las personas usa mascarillas todo el tiempo y otra fracción nunca la usa. Sería mejor si todos las usaran cuando es probable que sirva de ayuda.

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