London Branding: Un funeral “marca país”

Por bcalderon | abril 22, 2021

Una marca país es una apuesta por expresar la identidad y diversidad de un territorio y plasmarlo gráficamente para que ese país junto con su sistema de valores, su cultura, su biodiversidad, su producción y su gente sean percibidos en el mundo bajo un mismo paraguas, único y completo.

Dentro de la tristeza de la ocasión, las cotas de excelencia alcanzadas por la puesta en escena del funeral del Duque de Edimburgo consiguieron deslumbrar al mundo. Fue la plasmación gráfica de trazo claro y puño firme de una nación.

La acompasada y milimetrada austeridad con que se coreografió la regia ocasión, diseñada en vida por el propio marido de la reina Isabel II, parecía estar más pensada en hacer subir la cota del “Country Branding UK” que en decir un adiós. La obligada sobriedad del evento, buscando evitar aglomeraciones, cayó bien al estilo de evento protagonizado por un “segundón”, realzando más aún con su minimalismo castrense, la singularidad y carisma del fallecido…y del país que co-representó durante 70 años.

Una estrategia de Marca País permite a los países proveer una plataforma común desde la cual emprender de manera articulada iniciativas que consoliden su potencial en los mercados internacionales, fortaleciendo su posicionamiento en el contexto global; una marca es lo que los demás piensan que eres. Una percepción fundamentada sobre cómo te ven, qué sentimientos despiertas en su interior y que dicen de ti.

Asi, el show, si se permite la expresión, sin pretender subscribirse a ningún plan de venta de imagen premeditado, visto por 13 millones de telespectadores nada más que en el Reino Unido, fue una proyección a escala planetaria de la grandeza que aún sigue siendo sello distintivo del Britishness. Por difícil que sea cuantificar el valor, en términos financieros, de este involuntario ejercicio de márketing, a buen seguro ascienda a cientos de millones de libras esterlinas. Ni con dinero se hubiera podido comprar un reklam de mayor impacto; el despliegue de brillantes condecoraciones, cascos refulgentes, botas centelleantes y celebrities dolientes resultó cegador. Tras la espiral de vértigo de un brexit, que dejó maltrecha la imagen de la nación que salvó dos veces a Europa de sí misma, se erigía en necesidad de seguridad nacional el restablecer la autoestima y proyectar(se), de nuevo, esa imagen de self-reliance que sólo la posesión de una millonaria póliza de Lloyd´s of London puede proporcionar.

Los británicos consiguieron hace más (aún) con menos; la ceremonia consiguió destilar de forma más pura, en su necesaria sobriedad, las esencias más victorianas que aún perviven en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. No había más que cerrar los ojos y escuchar la banda sonora; los silbatos, las salvas de cañón y la música, fueron las grandes protagonistas en la despedida de Felipe de Edimburgo. La sola enumeración de las composiciones que nutrieron la banda sonora de este acto, eminentemente solemne y emotivo, resulta pura musicalidad: Schmücke dich, o liebe Seele, de Johann Sebastian Bach; Adagio espressivo, de Sir William Harris; Salix, de Percy Whitlock; Berceuse, de Louis Vierne y Rhosymedre, de Ralph Vaughan Williams.

Y es que la clase, aunque no se pueda comprar, vende. Felipe de Grecia y Dinamarca iba sobrado de ella, para mayor gloria del ya extinto imperio y de la recientemente liberada Albión (de las garras de los burócratas de Bruselas); el funeral, a buen seguro, ha vuelto a poner a las islas británicas en el mapa académico mental de todas las grandes familias de la élite mundial que no tienen ya dudas de que, para el próximo curso, sus retoños deben necesariamente acudir a un Boarding School, en las inmediaciones d Oxford o Cambridge, preferentemente. Así, a través de futuras generaciones de políticos que gobiernen lejanos países, muchos aún miembros de la Commonwealth, seguirá perpetuándose, de algún modo, aquello de Rule Britania.

Pero, ley de vida, este filón simbólico está próximo a agotarse; la monarquía que tan icónicamente representa personifica y vehicula la Insularidad cuenta ya con un solo cartucho más que quemar; la salva mayor. The Monarchy se recude ya a The Crown. En términos de peso específico ya solo queda un individuo; la propia reina Isabel II. Los ingleses tandrán que estirar hasta lo indecible el rendimiento comercial del funeral de la soberana entre las soberanas, llegado el día. Salvo Carlos, no especialmente amado por la plebe, los demás Windsor son windsor.

De infinito mayor empaque, más elegante y, por ello, efectiva que una campaña promocional ad-hoc, la ceremonia de partida del Consorte le devuelve a uno unas irresistibles ganas de volver a pisar el cuidadísimo césped de Hyde Park, aunque, not so sure about the fish&chips.

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