Disonancia y sesgos cognitivos: así funciona nuestra mente

Por [email protected] | agosto 25, 2022

A lo largo de su existencia, el ser humano conoce hechos, datos y lugares. También a otras personas. Porque cada cerebro es un mundo, el más simple de los procesos humanos se convierte en el más complejo. Acompáñanos en este viaje por el universo del conocimiento, en el que observaremos a dos peligrosos compañeros: la disonancia y los sesgos cognitivos.

Conocer a otra persona es adentrarse en un mundo conformado por experiencias, perspectivas, traumas, disonancias y sesgos personales. Requiere estar dispuesto a entrar empáticamente en la nación extranjera o el otro planeta que compone a la otra persona, y habitarlo como si fuera el nuestro.

Significa, también, que precisamente eso somos nosotros para los demás. Somos países, planetas y universos extraños, lenguajes por descodificar.

¿Comprensión o impresión?

Cada persona está atravesando una experiencia distinta en el mismo globo terráqueo. Incluso los mellizos, que provienen de los mismos padres y del mismo hogar, tendrán un punto de vista distinto del mundo y un acercamiento particular a él.

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Paradójicamente, nuestra definición del «mundo real» tiene mucho que ver con nuestra percepción. Por muy convincente que pueda ser nuestra visión del mundo, solo se necesitan un poco de autoconciencia y un toque de ciencia para concluir que mucho de lo que llamamos «comprensión» no es más que impresión. Esta, por su parte, nos lleva a crear nuestro panorama del mundo.

Empecemos con la más sencilla de ambas: la ciencia. A diferencia de otros animales, los humanos no podemos sentir el campo magnético de la Tierra ni ver la luz ultravioleta. Tenemos un sentido del olfato más débil, y somos sordos a ruidos agudos y graves que otros animales oyen con claridad. Nuestras conciencias ignoran detalles que siempre están presentes, como la respiración y los parpadeos, o nuestras pestañas y narices en nuestras líneas de visión.

En la plataforma ‘News Scientist’, Alison George describe esta exclusión como una constante compresión de datos realizada por nuestros sentidos, los cuales están «simplificando, para poder funcionar».

Considerando esto, ¿podemos ser tan audaces al suponer que conocemos una realidad objetiva? Más preguntas: ¿Existe una sola realidad? ¿Podemos hablar de una realidad aislada de la percepción de cada cual? La respuesta es simple: no.

¿Qué es la disonancia cognitiva?

Reconocerlo es el primer paso. Si nos damos la oportunidad de considerar que ninguno tiene la verdad objetiva y absoluta, entonces estaremos a un paso de conocer la disonancia cognitiva, un mal que nos asedia a todos (y al que considera que no, lo manipula aún más).

La disonancia cognitiva es la incomodidad mental que se experimenta como fruto del choque de dos creencias, valores o actitudes en conflicto. De acuerdo con Kendra Cherry, de la plataforma ‘Very Well Mind’, debido a que perseguimos la coherencia entre nuestras percepciones y actitudes, este conflicto ocasiona malestar e incomodidad.

Los sentimientos pesan más que la evidencia

El término fue acuñado por el psicólogo social, Leon Festinger, en su libro de 1957 «A Theory of Cognitive Dissonance» («Una teoría de disonancia cognitiva»). La obra es pionera en la teoría de que «buscamos armonía entre nuestras creencias, actitudes y comportamientos, y experimentamos un malestar psíquico cuando estas están desequilibradas. Al buscar una resolución, nuestro objetivo principal es preservar nuestra autoestima y nuestro valor propio».

Así, tendemos a privilegiar nuestra autoestima, lo que nos conduce a hacer la vista gorda ante las verdades que confirman que estamos equivocados.

La cosa no termina ahí. Dado que los sentimientos tienen más peso que la evidencia, mientras más nos adentramos en una determinada creencia, peor se vuelve la disonancia cognitiva.

Un ejemplo: el fin del mundo que no llegó

En ese sentido, Festinger escribió un libro titulado «When Prophecies Fail: A Social and Psychological Study of a Modern Group That Predicted the Destruction of the World» («Cuando las profecías fallan: un estudio social y psicológico de un grupo moderno que predijo la destrucción del mundo»), donde expuso las conclusiones de su investigación del culto «The Seekers». Sus miembros estaban convencidos de que el fin del mundo, a manos de extraterrestres, era inminente.

Pero el 21 de diciembre de 1954 llegó y pasó sin ningún cambio significativo en la humanidad: sin platillos, sin abducciones, sin el brutal y catastrófico fin del planeta.

¿Qué pasó con el culto? ¿Se disolvió a causa del fracaso de la profecía? ¡No! Por el contrario, al ver el fallo de sus predicciones, la reacción cognitiva y el mecanismo de defensa de sus integrantes fue acercarse todavía más y justificar que su fe había salvado el mundo.

Las creencias racionalizan errores

¿Por qué reaccionaron así? En su artículo «On The Failure to Eliminate Hypotheses in a Conceptual Task» («Sobre la imposibilidad de eliminar las hipótesis en una tarea conceptual»), Peter Cathcart Wason concluyó en 1960 que las tendencias «irracionales» se refuerzan cuando estamos rodeados de personas que creen lo mismo que nosotros. Cuando una creencia errónea es compartida, incluso los errores más increíbles pueden racionalizarse.

Por otro lado, en su artículo de 1955, «Opinions and Social Pressure» («Opiniones y presión social»), el psicólogo Solomon Asch propuso que nuestras creencias tienen un aspecto social, el cual ocasiona que descartemos hasta la evidencia de nuestros propios sentidos cuando pensamos que estas no se alinean con las de las personas que nos rodean. Así como procuramos tener armonía entre nuestras propias creencias y evitamos las tensiones psíquicas, también buscamos mantener la concordia con las convicciones de quienes nos rodean.

A pesar de que es fácil desestimar el extremismo y sentirse inmune a estas circunstancias, la verdad es que todos somos propensos a experimentar este tipo de disonancia.

Psicología cognitiva: ¿cómo pensamos?

Si intentamos describir una habitación sin reconocer el edificio que la define, entonces, evidentemente, faltarán piezas del rompecabezas. En ese sentido, la disonancia cognitiva encuentra su hogar dentro de la psicología cognitiva, la ciencia de cómo pensamos. Esta rama de la psicología estudia los procesos mentales, como el procesamiento de información, la atención, el lenguaje, la memoria, la percepción, la resolución de problemas, la toma de decisiones y el pensamiento.

La cognición es el término que se refiere a los procesos mentales involucrados en adquirir comprensión y conocimiento. Es decir, abarca todos los procesos que tienen un rol en el saber, el aprendizaje y el entendimiento.

Los psicólogos cognitivos, por su parte, estudian cómo funciona el cerebro humano: cómo pensamos, recordamos y aprendemos.

Sesgos cognitivos

Cuando la cognición se une al sesgo –una inclinación, un prejuicio o una tendencia a favor o en contra de una cosa, una persona o un grupo– obtenemos un nuevo cóctel: el sesgo cognitivo.

De acuerdo con la segunda edición de la «Enciclopedia de Neurociencia Conductual», este sesgo es una disposición o inclinación cognitiva sistemática en el pensamiento y el razonamiento humano, que a menudo no cumple con los principios de la lógica, el razonamiento de la probabilidad y la plausibilidad. Esta tendencia intuitiva y subconsciente es parte de la base del juicio humano, de la toma de decisiones y del comportamiento resultante.

Este concepto fue introducido por los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman en su programa de investigación de heurística y sesgos. En la década de 1970, se propusieron responder la siguiente pregunta: «¿Cómo deciden las personas, tomando en cuenta sus recursos limitados?».

Según los resultados plasmados en la segunda edición de la «Enciclopedia del Comportamiento Humano», las personas tenemos tiempo, información y capacidad cognitiva limitada para tomar decisiones, por lo que dependemos de estrategias simples a la hora de decidir.

Estos atajos mentales permiten a las personas resolver problemas y emitir juicios de manera rápida y eficiente. Son importantes porque acortan el tiempo de toma de decisiones, reducen la carga cognitiva, y permiten que las personas funcionen sin detenerse constantemente a pensar en cada acción. Por el contrario, en los demás casos, estos juicios rápidos conducen a conclusiones irracionales o inexactas. Es decir, a sesgos cognitivos, los cuales se manifiestan en un sinnúmero de simplificaciones excesivas.

Definitivamente, cada cerebro es un mundo. Incluyendo los nuestros. Somos responsables de cuestionar cómo vemos y hemos visto, e indagar hasta descubrir el porqué detrás de nuestro enfoque de la realidad. Es un trabajo arduo, pero juntos hemos dado el primer paso, el más importante: empezar a ver.

Por Laura Yépez. Reportaje publicado en la edición julio-agosto de la revista MediHealth.

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