La imaginación, el cincel del alma

Por Karime Rivas | enero 1, 2021

Hay un momento en la historia de la humanidad en que las manifestaciones escultóricas comenzaron a separarse de antiguos ritos que las unían a los actos funerarios y religiosos, para iniciar un camino propio. Independizarse de la arquitectura fue uno de los grandes hechos que ocurrieron en ese largo viaje que todavía sigue su curso. Y en el trayecto, esas formas tridimensionales fueron conociendo diferentes técnicas, materiales y escalas que, sumados al talento humano, les permitió desarrollar una identidad propia hasta lograr alcanzar la categoría de arte.

Relieves y figuras que se remontan al Paleolítico pueden considerarse como las primeras manifestaciones de la escultura. Arcilla, piedra, hueso y madera, sus materiales más remotos, mientras que el descubrimiento de los metales permitió al hombre primitivo no solo fabricar herramientas más fuertes, sino conocer un nuevo material para expresar su creatividad.

Notables ejemplos de esculturas se encuentran en la historia antigua de Egipto, Grecia, China y la India, que pueden estudiarse y ser admiradas en museos y colecciones privadas en todo el mundo. Y con el pasar  de los siglos, no hay periodo que no se jacte de haber producido grandes obras por su belleza, significado y contexto histórico.

En la constante e inevitable evolución de la escultura como arte, los artistas entendieron que ya no era necesario imitar la realidad tal como la veían a diario, por lo que nuevos capítulos de experimentación, tanto en fondo  como en forma, han sido escritos, dejando en evidencia que el talento no tiene límites, así  como las posibilidades del arte escultórico.

Es difícil hacer una selección de los grandes maestros escultores de cada periodo de la historia del arte en solo unas páginas, por lo que presentamos a algunos de los más conocidos, repasando las diferentes épocas a manera de visión general que pueda mostrar algunos clásicos, otros contemporáneos, y vislumbrar lo que puede ser el futuro de la escultura bajo el cincel de los próximos artistas.

Miguel Ángel: perfección en mármol

Contra el deseo de sus padres, Miguel Ángel Buonarroti decidió su destino como artista desde muy joven. Ya a los 13 Años era uno de los integrantes del taller de Domenico Ghirlandaio, el gran artista florentino. Allí aprendió diversas técnicas de pintura, sobre todo la del fresco, que llegaría a dominar de manera notable como lo demostró en la capilla Sixtina.

Miguel Ángel tenía una visión muy particular con respecto al arte, ya que pensaba que su talento era resultado de un don divino y no fruto del aprendizaje. Y más allá de la pintura, esa manera de pensar se extendía incluso a su labor de escultor, pues pensaba que cada  bloque en bruto de mármol poseía un alma que debía ser liberada a través de su oficio.

Para la carrera del joven artista, fue de gran
importancia su relación con los Médicis, sobre todo Lorenzo, gran mecenas de las artes que en 1489 lo invitó a vivir y a formarse en su palacio. Allí, el contacto directo con famosos poetas, filósofos y artistas de la época fue su gran fuente de aprendizaje y conocimiento del arte de la antigüedad clásica.

Fue entonces como Miguel Ángel pudo conocer y admirar la colección de esculturas romanas que Lorenzo de Médicis poseía en los jardines de su palacio. Fueron su gran inspiración y el punto de partida de su carrera como brillante escultor del Renacimiento. Los expertos en historia del arte lo consideran como heredero del gran arte de la Florencia de los Médicis, contexto que le permitió alcanzar la gloria como artista.

La Roma de finales del siglo XV era el lugar
donde los principales artistas de la época querían estar, por las grandes posibilidades de mecenazgo y fama que ofrecía. Allí llegó Miguel Ángel en 1496, y producto de esa época fue su primera obra maestra, la Piedad del Vaticano, una escultura con tal perfección clásica que asombró a sus contemporáneos.

Sus grandes creaciones para los papas de
Roma, como los frescos de la Capilla Sixtina, así como su obra escultórica, le han garantizado un lugar en la historia del arte por indiscutibles méritos.

Gian Lorenzo Bernini: fiel a los detalles

Gracias a sesenta años de incansable labor, el escultor y arquitecto Gian Lorenzo Bernini materializó muchas de las obras emblemáticas de la Roma de la contrarreforna, como la basílica de San Pedro.

El caso de este artista es excepcional, si se
toma en cuenta que no poseía estudios formales. De acuerdo con expertos, lejos de perjudicarle, le sirvió para alejarse de los prejuicios académicos y enfocarse en expresar sus ideas de manera completamente original para la época en que vivió. «Su talento es de los mejores que jamás haya formado la naturaleza, ya que, sin haber estudiado, tiene casi todas las ventajas que las ciencias dan al hombre», decía el coleccionista y mecenas francés Fréart Chantelou, refiriéndose a Bernini.

La única formación que tuvo fue gracias a
su padre, un escultor florentino que se había
trasladado a Roma, quien fue el responsable de instruir al joven en dibujo y escultura, tomando siempre como modelos obras antiguas.

El mecenazgo del cardenal Scipione Borg-
hese, un sobrino y secretario del papa Pablo V,
fue el gran impulso en su carrera, pues solicitó
los servicios y el talento de Bernini para deco-
rar los jardines de la villa Borghese. El resultado fue las primeras esculturas que de inmediato fueron catalogadas como notables, producto de un nuevo Miguel Ángel en el panorama artístico de la época.

Elmomento que catapultó a Bernini hacia el éxito comenzó en 1623, con la llegada al trono papal del cardenal Maffeo Barberini, quien tomó el nombre de Urbano VIII. El nuevo pontífice tenía grandes deseos de transformar la ciudad como lo habían hecho los mecenas del Renacimiento, por lo que puso en manos del artista la decoración de la basílica de San Pedro, y la tumba monumental del propio Urbano VIII.

De acuerdo con expertos, el gusto de Bernini
por el movimiento le otorgó a su obra características únicas, como los detalles del ropaje de sus personajes, que ya no caían en pesados pliegues a la manera clásica, sino que les daba dinamismo y agitación.

Auguste Rodin: fuerza y sensualidad

La carrera del francés Auguste Rodin es un ejemplo de pasión y perseverancia por el oficio de escultor. Era miope, fue rechazado varias veces como estudiante en la Escuela de Bellas Artes y no le quedó otro remedio que trabajar como ayudante de un grupo de decoradores y estucadores. Además, en el París de la época, las aspiraciones de todo artista eran llegar a exponer su obra en el Salón, lo cual tampoco logró.

Pero las reacciones adversas y el rechazo no hicieron más que incrementar la fama del escultor, conocido también por algunas excentricidades, que contribuyeron a sacarlo del anonimato. Los expertos terminaron aceptando que las esculturas de Rodin significaron una evolución en el arte, que hasta entonces había estado muy ligado al academicismo.

Fueron las poses alejadas del clasicismo y algunas partes que dejaba sin esculpir, por ejemplo, lo que ofrecía una perspectiva diferente en el ámbito de la escultura, pero manteniendo la aceptación en el gusto por el arte de la época. Quizás por su miopía, Rodin no empuñaba él mismo el cincel para realizar sus esculturas, era una tarea que tenía que delegar en sus asistentes.

Pero esta falta era compensada por su capacidad para modelar en yeso, terracota o cera, que luego se esculpían en mármol o, gracias a moldes, se fundían en bronce para  lograr la obra terminada. La puerta de bronce
para el futuro Museo de las Artes Decorativas fue el primer encargo público que recibió, en 1880.

Aunque quedó solo en proyecto, pues el museo jamás se construyó, Rodin consagró su vida a aquella obra, sin darla nunca  por concluida, y le sirvió para experimentar formas que luego usaría a lo largo de su carrera.

Fernando Botero: el encanto del volumen

La obra de este artista resulta notable por el impacto internacional que ha tenido. El rotundo éxito del que goza hoy, refleja la dedicación estudiando a profundidad los procesos técnicos, la historia de las formas artísticas, la vida de otros grandes maestros y
sus prácticas, para hacer de su trabajo un proceso creativo, donde todo está muy pensado y controlado.

Fernando Botero es un lector asiduo, un estudiante incansable, que logró hacer del arte una pasión constante y cotidiana, situación que lo llevó a convertirse en coleccionista y mentor de proyectos culturales tan ambiciosos como las colecciones que donó al Banco de la República en Bogotá, al Museo de Antioquia y a la ciudad de Medellín.

Su carácter y persistencia lo han llevado a desarrollar una carrera coherente con su  forma de vida, proceso en el que han sido muy importantes las experiencias vividas en Bogotá, Madrid, París y Pietrasanta, en Italia, donde reside y tiene el taller para la elaboración de sus gigantescas y muy particulares esculturas de bronce.

Jeff Koons: el genio del Kitsch

Las esculturas de metal de Koons se han con-
vertido en trofeos multimillonarios produci-
dos durante el boom del arte contemporáneo
en los 80 y 90. Su línea argumental está basada en la exaltación de todo lo superfluo, la locura consumista que ensalza cualquier cosa que sea difundida por los medios. Y de ellos se sirve, sin ninguna duda, para conseguir éxito y extender su trabajo.

Sus famosos Ballon Dogs se fabrican con acero inoxidable pulido a espejo de ingeniería de precisión y tiene un recubrimiento translúcido de azul, magenta, naranja, rojo o  amarillo, solo existen cinco piezas en el mundo. Tienen el aspecto de un perro hecho con globos, como aquellos que hacían los payasos en las fiestas infantiles. La obra de Koons superó todas las expectativas y en 2013 se subastó en 2013 por US$ 58.4 millones, convirtiéndola en ese momento en la obra más cara de un artista vivo.

Recientemente, en mayo de 2019 su escultura Rabbit, también en acero inoxidable, alcanzó la suma de U$91 millones de dólares vendida por casa Christie’s, superando su propio record.