El Síndrome de Cenicienta: un ladrón silencioso y no de zapatillas de cristal

Por Karime Rivas | noviembre 12, 2021

¿Cuántas top models han dicho que las descubrieron en un aeropuerto?, ¿Cuántas actrices juran que fueron seleccionadas en un casting en el que ‘solo acompañaban’ a una amiga?

Son historias de éxito pasivo que sirven para perpetuar el síndrome de la Cenicienta, que empezó a ser descrito a principio de los años 80 y que todavía hoy sigue aquejando a millones de mujeres en sus trabajos. Y sus bases son el miedo a resultar una molestia (o poco femenina) si se empieza a reclamar derechos o, simplemente, a sentir orgullo por los propios éxitos.

La mujer con zapatillas de cristal

La psicóloga Ana Antoranz de TherapyChat, explica que el síndrome de la Cenicienta se define como el deseo inconsciente de ser cuidadas por miedo a ser independientes, y que, a diferencia del síndrome de la impostora que se circunscribe al ámbito de trabajo, afecta a quienes lo sufren en todas las áreas de su vida.

Para las mujeres que padecen este síndrome destacar supone un gran esfuerzo. Implica ponerse en evaluación crítica de los demás. El problema surge si ese juicio se realiza con objetividad desde nuestros logros como personas válidas, o bien calificando nuestros éxitos por el hecho de ‘ser mujeres’, ya que, socialmente, hemos aceptado ciertos atributos para cada género y el orgullo adquiere una connotación negativa para la mujer porque es opuesto a las características que se han adjudicado al rol de dama.

Para las mujeres que padecen este síndrome destacar supone un gran esfuerzo. Implica ponerse en evaluación crítica de los demás.

En todo caso, la falta de autoconcepto o que este acabe dependiendo de los demás, hace que la persona pierda la capacidad de tener una valoración interna propia y, por tanto, dependa de la valoración de su entorno. La persona puede sentir miedo a relacionarse sin el apoyo de una persona de confianza, ya que siente que debe ser cuidada y atendida para poder ir hacia delante y que será rescatada en caso de emergencia, cual cuento de hadas. Al verse frágiles idealizan a esa persona, que ocupa un lugar simbólico de seguridad para ellas, factor magnificado por el modo de crianza o creencias adquiridas a nivel familiar, social y cultural, a partir de las cuales se desarrolla la propia imagen.

El miedo a reconocer los logros

¿Has cerrado una venta importante o te han dado un aumento a ocultas? Aunque parece un gesto prudente de humildad, puede que inconscientemente sea por miedo. Es importante aceptar, como indica la psicóloga, que el propio éxito quizás no sea visto como un éxito por todas las personas del entorno, es decir, despertar sentimientos encontrados es habitual si cerca hay personas que no han conseguido llegar donde querían.

También puede suceder a la inversa, «detectar en nosotras mismas la incapacidad de alegrarnos por el logro de otra persona es una oportunidad para revisarse y replantearse temas tanto como para permitirnos crecer en aquello en lo que nos hemos quedado obsoletas como personas y nos genera frustración», asegura Antoranz.

Según Antoranz, el síndrome de Cenicienta es un constructo social, un pensamiento aceptado por unanimidad, culturalmente. Aunque los esfuerzos por situar a la mujer en igualdad de condiciones respecto al otro género son cada vez mayores, las mujeres han crecido en un contexto patriarcal. «Es más», añade la psicóloga, «»no es casualidad el nombre de este concepto: su significado parte de la creencia inculcada, a través de los medios de comunicación (publicidad) o películas infantiles, de que la felicidad de las protagonistas y la solución a sus desdichadas vidas dependía de una figura masculina salvadora».

El síndrome de Cenicienta es un constructo social, un pensamiento aceptado por unanimidad, culturalmente.

No solo este concepto debe alarmarnos, sino sus consecuencias clínicas que pueden derivar o estar relacionados, en ciertos casos, con graves patologías como el Trastorno Dependiente de la Personalidad, así como en negativas repercusiones en el estado anímico o autoestima». Este trastorno, explica la psicóloga, se caracteriza por una necesidad generalizada y excesiva de atención, suponiendo comportamientos de sumisión. «Estas personas muestran por un lado excesiva necesidad de cuidados y aprobación y, por otro, sentimientos de inferioridad, miedo a la independencia y delegación de sus responsabilidades con el objetivo de evitar cualquier conflicto».

¿Qué hacer si te sientes identificada con el Síndrome de la Cenicienta?

Para síntomas avanzados que incluyan un Trastorno Dependiente de la Personalidad o cualquier otro desorden, lo mejor será acudir al especialista. Pero si solo te identificas con la necesidad de ser salvada o en la de hacer menos tus logros, las psicólogas recomiendan que tomes nota de estos consejos:

Conócete a ti misma. Es importantísimo sentarse a escucharse, detectar que es aquello que se desea y a lo que no se está dispuesta a renunciar. Identificar tus propias creencias limitantes ayuda a poder reformularlas para salir de esa cárcel de cristal en la que la persona está atrapada. El autoconcepto, o la opinión de una persona sobre ella misma, depende directamente de que se conozca o no.

Sal de tu zona de confort. Es importante ir actualizándose y exponiéndose a situaciones nuevas y ver cómo se reacciona en ellas, para detectar en qué aspectos se ha mejorado y en cuáles aún estamos un pasito atrás y es bueno reformularse.

Quiérete mucho. Ser nuestra mejor amiga hace que tenga sentido elegir estar sola. Nuestro entorno ha de ser un complemento de nuestro amor y no una necesidad, que es justamente lo que genera dependencia por carencias propias.

Desarrolla habilidades sociales. Podemos mantener una escucha activa y recibir la información que viene de la otra parte, pero esto no tiene que implicar que debamos estar de acuerdo en todo. Esto te permitirá establecer una comunicación en la que puedes entender la otra visión, sin sentirte identificada con ella. Así estarás actuando con asertividad y dándonos un espacio significativo ante los demás, preservando nuestra valía e identidad.

Aprende gestión emocional. Es esencial aprender a identificar y expresar nuestros sentimientos, sin emitir juicios de valor, mediante espacios frecuentes de autoobservación y reflexión. (NF)