¡La cena está servida! Una tradición que nace en el corazón femenino

Por | diciembre 24, 2021

La cena está servida, ¡siéntense antes de que se enfríe! Un grito femenino que ha trascendido las generaciones e identifica la cena que por excelencia reúne a toda la familia en la mesa. Antiguamente, las cocinas eran los centros del saber, en ellas se susurraban recetas, se enseñaban remedios caseros y se trasmitían los secretos de familia. En todas, las comidas de Navidad eran un ritual.

Fotografía: Pa’ dónde nos vamos

La escritora Almudena de Arteaga, duquesa del Infantado, buceadora profesional en archivos y bibliotecas y a punto de rescatar una nueva mujer olvidada por la historia contaba, a la periodista Patricia Espinosa, un día sus recuerdos infantiles de las comidas de Navidad en casa de sus abuelos en el castillo de viñuelas:

«En casa de mis abuelos eran muy formales, solo en cocina habría 20 personas y la mesa la servían dos o tres a la vez». Los niños, afirma la escritora, nunca se sentaban en el comedor hasta haber hecho la primera comunión, pero una vez pasaban a la mesa de los mayores tenían que aprender y someterse a las reglas de protocolo, reglas que no había en el comedor infantil.

Son muchas las tradiciones ligadas al buen servir, que van variando de cultura en cultura; el único factor común de todas ellas es que son servidos por las manos de una mujer. «Entretenerte en colocar y planchar el mantel o almidonar las servilletas, esa magia del cubierto de plata recién limpio, el platito para el pan, los mil y un cachivaches distintivos de casa y diferentes en cada mesa…», todos los detalles a cargo de una mujer.

Fotografía: Architectural Digest

Esos cubiertos que hoy vemos en la cuberterías antiguas y que no sabríamos ni para qué sirven si antes no nos lo explican o el vino siempre magnífico pero servido en frascas, contra la moda de hacerlo en botella, más que marketing una tradición que lleva el distintivo femenino.

Las recetas preferidas de la casa son las extraídas del cuaderno del chef más famoso de la localidad. Para el caso de la escritora, un estofado de perdices y Bavarois son las extraídas de Teodoro Bardají, el famoso cocinero que su abuelo (cuentan las malas lenguas) arrebató al mismísimo rey Alfonso XIII.

Un secreto de mujer a mujer

Cuenta la periodista Patricia Espinosa, que el palacio de Quejigal, un monasterio renacentista cercano a Ávila, era el punto de reunión favorito para la familia del príncipe Max de Hohenlohe-Langenburg y de su esposa, Piedita, y allí vivieron largas temporadas junto a sus hijos.

Fotografía: Cocina y Vino

Clara Gamazo Hohenlohe, tercera nieta de los príncipes, cuenta cómo su abuela era muy estricta con las maneras a la hora del almuerzo, no aguantaba los malos modales ni los codos en la mesa. «Ya los niños en el comedor no se nos permitía hablar, aunque a diferencia de otras familias nos mezclábamos todos y almorzábamos lo mismo que los mayores. No teníamos comida especial. Jamás olvidaré una ensalada con azúcar que le encantaba a mi abuela y que yo odiaba».

Tanto para Clara, como para muchas de nosotras, los platos representan memorias familiares significativas. Clara recuerda la completa y antigua de Talavera (dicen que es la colección más importante de cerámica antigua del mundo y que se destruyó en el incendio de 1956) y otra alemana que su abuela le regaló cuando se casó.

Fotografía: Navidades

«Las reuniones de Navidad en el Quejigal eran increíbles, nos reuníamos unas 30 personas con mis tíos AlfonsoBonnieBrownieTeño, mi madre, Lilo. Éramos los nietos mayores, mis tíos estaban solteros, eran divertidos y nos dejaban participar en aquellas fiestas. Cenábamos lo tradicional: de primero, sopa de salchichas con chucrut y pelotas de knödel; de segundo, siempre perdices o venado con salsas de frambuesa o de frutas del bosque; y de postre, el baumkuchen o tronco de Navidad. Para beber daban Cup ¡hasta a los niños! Decían que era bueno ya que tenía mucha fruta ¡pero también champán! Como aperitivos siempre servían angula ahumada además de caviar y jamón. Luego bailábamos hasta la madrugada jotas encima de la mesa con Santa, la guardesa del Quejigal, y representábamos zarzuelas vestidos con una colección de trajes antiguos», cuenta Clara.

En resumen, una cena opípara, manteles de hilo, cristalería y miles de luces que colgaban de un abeto gigante. Así lo dictaba la tradición. Así lo recuerda la mayoría, de la realeza a la casa más tradicional de cualquier rincón del mundo. (KR)